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Gestión de equipos: agua y aceite

“Son inmezclables”. “Es imposible que formen equipo”. “Son como el gato y el ratón”. Y un infinito sinfín de expresiones lapidarias más que resaltan la catástrofe e imposibilidad de formar equipos que contemplen dos o más profesiones distintas.

Todos y todas nos hemos encontrado con grupos profesionales que, de forma natural, se sitúan en las antípodas los unos de los otros. Pasa con los desarrolladores y los comerciales, con producto y ventas, con contabilidad y compras, pasa con muchísimos ejemplos más donde el recelo de los unos y los otros parece alejarlos en cada debate que se origina.

Lo peor es que eso no es fruto de la “biología empresarial”. Eso es fruto de la incapacidad de los líderes que trabajan para esos equipos (si, “para” no “con”). Son ellos quienes deberían huir del “agua” y el “aceite”, para observar que el equipo en sí es la base, el agua, y todos los demás somos ingredientes solubles como el “azúcar” o la “sal”.

El principal problema radica en creer que un grupo debe adaptarse al otro o trabajar para el otro cuando en realidad son dos caras distintas del mismo poliedro. La falta de concepción de “proyecto” y por ende de “equipo” surge de la incapacidad del (o “la”) líder de crear un relato, un fin y un cómo conjunto.

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La importancia del liderazgo recae en la necesidad de armonizar distintos grupos profesionales para crear un equipo con una meta común.

 

 

Si no concebimos los equipos como equipos de remo, no logramos ver que todos y todas formamos parte de un mismo bloque. Pero la creación de ese bloque, recae sobre una figura que debe dotar de profundidad humana el proyecto. Si entendemos el equipo como una composición de grupos indisolubles, no logramos entender que sin alma no hay cuerpo. Es el alma del proyecto la que irradia el debate, el consenso y el fin último de conseguir lo mejor para el colectivo.

Si sucumbimos ante el derrotismo de la “biología empresarial”, que nos intenta hacer creer que hay “especies” profesionales antagónicas, decaemos ante el fin último del liderazgo: la creación de un grupo humano capaz de lanzar o consolidar cualquier proyecto, por grande que sea.

Todo es posible con el equipo adecuado, y no cualquier líder es adecuado para cualquier equipo. El liderazgo es la argamasa que consolida bloques a partir de diálogo, concepción de proyecto, vocación de servir a un grupo, y flexibilidad. Es el principal responsable de las visiones trágicas maximalistas que utiliza para escudar un mal desarrollo y, por lo tanto, es el primer paso para crear un bloque suficientemente autónomo, independiente, potente y estructurado como para avanzar sin miedos y complejos de un individuo en sí.

Dos o más grupos profesionales distintos en un mismo equipo son una fuente inagotable de mejora continua. Son un grupo de visiones complementarias que dotaran al equipo de una visión completa. Aprovechemos la oportunidad de tener un equipo poli cromático y lleno de posibilidades, y no sucumbir ante un equipo monocromático y gris fruto de las incapacidades del liderazgo que lo respalda.

Dejemos el aceite y el agua en la cocina. Puestos a elegir, cojamos agua y azúcar.

 
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